Te invitamos a conocer a nuestro ser querido, el amor que él procesaba por la vida y a ser parte de su legado mientras te adentras en las páginas de nuestra memoria.
Nuestra primera edición
Somos una familia, una familia pequeña. Una parte está en un soleado pueblecito andaluz, Guillena. La otra en Leigh, a las afueras de Mánchester.
...Creemos que la distancia (incluso que el tiempo) no son obstáculos para que esta familia siga siendo lo que sus creadores originarios desearon que fuera: un hogar.
Ahora creemos que la familia puede crecer, invitando a todas las personas de buen corazón a formar parte de quienes quieran conocer nuestra historia... que también es la vuestra porque todos estamos enlazados en las travesuras de la vida.
Porque todos estamos predestinados a conocer el amor en todas sus direcciones, desde las primeras mariposas en el estómago hasta la acompañada soledad de los últimos días, el amor por los hijos o por nuestros hogares.
Porque todos estamos predestinados a conocer el dolor, la añoranza, el silencio (Alexander Salow: "nunca habremos oído antes la verdadera magnitud del silencio hasta conocer la pérdida de un ser querido").
Porque toda pérdida sigue viva a través de nuestros recuerdos, de cómo ésta forjó parte de quiénes somos, de cómo nos enseñó a amar todas las cosas que esa persona amó mientras estuvo a nuestro lado... de cómo lucharemos hasta el final para que el olvido no entre en casa.
En una juguetería de Nueva York, Sonia tropieza con un libro que parece salido de un sueño —o de un recuerdo—. Las Memorias del Pequeño Dragón no debería tener nada que ver con ella, y sin embargo, algo en sus páginas le susurra que esa historia casi fantástica habla de su propio padre.
A medida que avanza en la lectura, la desconfianza inicial da paso a una búsqueda íntima, entre lo real y lo imaginado, siguiendo las huellas del misterioso pero familiar autor: Alexander Salow.
Así, su vida cotidiana en Nueva York comienza a entralazarse con la fábula de un personaje entrañable, lleno de amor, de alegría y una melancólica luz: el Pequeño Dragón.
Cuando éramos felices es un drama íntimo con alma de cuento, que navega entre la pérdida y la memoria, entre las preguntas sin respuesta y la ternura de los recuerdos.
Al fin, el pasado 16 de Mayo, en Guillena, presentamos el resultado de tanto esfuerzo. Gracias a Denis y a Yamil, amaneceres de esta novela, un proyecto por el que lo han apostado todo. Gracias a La Bohemia Creativa.
Quería no haberla conocido para poder ser, lógicamente, el desconocido que le regala flores sorprendiéndola en la acera, en la cafetería, en la boca del metro… o, tan tenaz, incluso en la entrada a un refinado restaurante francés delante de su esposo, si lo hubiere. También al admirador secreto, el amante oculto en la sombra que le deja reliquias y cartas de amor en sus lugares más frecuentes y en los más inesperados, alguien siempre indefinido, pero a su vera, que la tuviese constantemente tan intrigada como loca de amor por tan inquietante misterio.
También soñó con ser el amante primero. Se la imaginó en una jungla perfumada y exótica, un lugar inédito en La Tierra donde las cosas florecían por primera vez con resultados aleatorios. Ambos estarían desnudos, pero no cabria lugar a la perversión hasta que se diesen cuenta de su mutua compañía, encontrados al azar en medio de la frondosidad. A El Pequeño Dragón, este punto de su sueño lo tenía completamente sumido en un dilema moral para niños vergonzosos que solo tenía una solución tan simple como el hecho de que esa jungla, al ser, en efecto, primeriza, asimismo era jurásica, por lo que palmeras proveían hojas enormes con las que poder taparse de cuerpo entero. Allí serian felices, chapoteando en la laguna, poniéndose tonticos con el néctar fermentado de las flores, comiendo dinosaurios.
Un delirio mucho más contemporáneo le llevó a imaginarse haber ganado un sorteo de calado mundial para la selección de una pareja de enamorados que debía ser enviada a colonizar un planeta lejano, la última esperanza de La Humanidad. Ella también habría ganado su boleto, y él ya no tendría que enfrentarse a su propia timidez para apoderarse de una vez por todas de la chica de sus sueños porque eso ya vendría rodado con los sacrificios del deber; si bien, conociendo las triquiñuelas de su misión, primero tendría que presentarse a todas las multitudinarias entrevistas de la fama con unas enormes gafas de sol, bufanda y gorra, porque nada mas embarazoso que el hecho de que todo el mundo supiese de antemano qué haría este par de afortunados tortolitos cuando estuviese a escondidas allá en tierra de nadie.
Eso, precisamente, era un asunto todavía espinoso y El Pequeño Dragón aún se debatía por saber dónde estaban los límites entre ofenderla o hacerla inmensamente feliz. Cosas de la Inocencia. Algo que solo la propia Naturaleza se encargaría de resolver.
Al terminar Cuando éramos felices, aún quedaba dolor suficiente como para llenar toda una biblioteca. Así nació el poemario de Alexander Salow, que acabó un poco autopublicado en Amazon y otro tanto en Youtube.
Te invito a conocer a Salow en los siguientes enlaces:
Estoy vinculado con el Borderline, la ansiedad, la compaña del dolor...
He escrito sobre ello como un medio de alejarme de todas esas cosas, aunque al cabo siento que, cuanto más cerca estoy de todo lo que me destruye, más fácil me es reconstruir el camino.
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